El cofre |
Una vez hace
tiempo, cuando habitaban en mí ángeles, pero también demonios,
vagaba sola, errante, confundida, por el tumultuoso mundo que era
para mí la vida, evitando el tan temido encuentro con el abismo
dentro de mí que por entonces desconocía. Durante años busqué el
preciso momento en que finalizaba el día, porque era allí donde me
perdía, ...o tal vez me encontraba. ¡Mucho tardé en reconocer que las
sombras están porque brilla un sol desde algún lugar! ¡Demasiado
tardé en descubrirlo, casi lo que dura la vida misma! Y hoy, con el
tiempo, recuerdo tan solo algunos pasos, aquellos que me llevaron a
encender la luz que iluminaría mis tinieblas para descubrir que no
había monstruos en ella, sino tan solo yo, el ser a quien temía.
Por aquel tiempo, un
hombre acarició mi alma prometiendo curar mis heridas. Anduvimos
mucho en poco tiempo, seguros ambos del camino que íbamos haciendo. ¡Tenía yo la bendición de un compañero con el cual construir cada
paso!
En algún lugar, en
algún recodo muy cerca del río, envuelto en un manto de arena, encontramos, muy oculto, un cofre misterioso, ancestral, sellado,
encadenado a la Madre Tierra, acunado por ella... Sentimos, sin
embargo, como si quisiera abrirse a nosotros guardando un gran
secreto que quería hacerse luz. Aquel hombre y yo nos abrazamos, temerosos primero, y dichosos después. ¡La vida nos había sonreído!
Cierta vez al
acercarse la noche, subimos a una barca. -“Por el río es más
rápido”, dijo él. El sol, alzándose aún en el horizonte,
presagiaba tan solo calma y ventura. La fortaleza de aquel hombre me
envolvía; y mientras sus brazos remaban hacia buen destino, los
míos, débiles tan solo en apariencia, abrazaban nuestro cofre. Nos
miramos en silencio... ¡El estaba conmigo!
La tarde se marchó
lentamente... La noche se acercaba... Los pájaros volvían... Yo sentí
frío... Busqué el calor de su mirada, pero sus ojos se hallaban
perdidos allí dónde me era imposible ver. ¡Se acercaba una
tormenta…! En segundos, el cielo quiso abrirse ante nosotros con
un grito desgarrador. Su incandescencia nos envolvía con brutal
fuerza, para luego arrojarnos cruelmente a la oscuridad. La tormenta
se impuso dominante, tambaleando nuestra barca por aquellas aguas
que prometían devorarnos. ¡El viaje a la deriva por fin se inició...! Busqué su mirada, pero él ya no me veía... Inesperadamente se arrojó
al agua... Apenas distinguí sus brazos cuando alcanzaron la orilla... No
pude seguirle porque, por alguna razón que no recuerdo, tuve que
encadenarme a nuestro cofre. Él llegó a tierra firme... Su
silueta se alzaba a lo lejos, imponente en la oscuridad de la
noche... Se quedó allí de pie mirándome, mientras mi barca me
alejaba. La noche puso fin a aquel momento y la lluvia lloró en mi
nombre...
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A partir de allí,
el miedo fue durante mucho tiempo mi único dueño. Mi barca siguió
a la deriva, y me entregué a la voluntad del río mientras el cielo
intentaba encontrar la calma. ¡Apenas se divisaba la orilla...! Los
árboles se alzaban erguidos, orgullosos de estar en pie a pesar
de todo. Mientras las sombras danzantes se escondían entre ellos,
amenazando con llevarme a su eterno abrazo, el viento molestaba a
las hojas en su perturbado descanso. De pronto sentí un murmullo
confuso, demente... como si la vida toda... envuelta en un lamento,
buscara enraizar en mí con su gemido.
Lentamente, el cielo
halló la calma. La lluvia aún seguía en silencio, persistente,
como un niño que llora por mucho tiempo... Las aguas ya más serenas,
empezaron a mecerme. Mi barca, como un nido, me acunó en su
interior, mientras el llanto del cielo aún caía por mi rostro...
Desperté con el
sol. El cauce me llevó muy lejos, hasta la orilla. Alcé mi cofre, mientras dejaba en tierra mi huella cansada. ¿Qué tesoro guardaría? ¡Al fin lo abrí...! El sol a mis espaldas, curioso y expectante, salió
de entre mis cabellos para mirar... ¡Era el tesoro más hermoso que
había visto nunca!... ¡Un regalo!... ¡Una bendición!... Lo tomé entre mis
manos, alzándolo al universo, y caí de rodillas, pequeñita, ante tanta
inmensidad. Dancé en torno a él, me rodeé de él...
Casi sin querer,
volví a cruzarme con aquel hombre. Incomprensiblemente brotó en mí
el deseo de mostrarle mi tesoro, tal vez de compartirlo. Lo extendí
hacia él con timidez, pero no lo miró... Desvió sus ojos, ausente,
y siguió su camino... ¿No podía verlo quizás por su deslumbrante
brillo?... ¿No quería?... ¿Tal vez fue vergüenza?... ¿Tal vez cobardía?... ¡Tal vez..., no sé...! ¡Tal vez sin darme cuenta con los años dejó
de importarme...!
Construí un lugar
hermoso para guardar mi tesoro. Fue un refugio, un templo, un hogar... Lo decoré con música y risas... Lo pinté con el color del sol.... Mi
tesoro vistió mi morada y curó mi alma, porque cosí por él cada
retal de mi ser que iba encontrando sin querer, en los recodos del
camino. ¡Mi tesoro llenó mi vida y más allá de ella! Lo alzaba
entre mis brazos, y rodeaba mi cuello...; luego, caía por mi cintura y
ceñía mis tobillos.... Nuevamente volvía a levantarlo, a abrazarlo...
…y él me
envolvía;
y giraba, giraba….
Y yo reía, reía...
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Valeria Elder
© Copyrigth 2014