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El Cobrador del Estacionamiento

                              Cierto día, en mi primera juventud, caminaba junto a mi padre hacia nuestro coche, volviendo a casa. Presa de ira, mi padre iba articulando palabrotas a diestra y siniestra, generando a su alrededor tal desagrado que los transeúntes expresaban el deseo de alejarse pronto de aquel hombre tan colérico. Tras  situarnos dentro del coche, se acercó el cobrador del estacionamiento quien  por su expresión también había advertido la evidente  furia de mi padre. Este, por su parte, siguió enfadándose cada vez más al observar el paso lento pero seguro del cobrador hacia nosotros. Al tiempo que golpeaba el volante y el tablero, mi padre comenzó la frenética búsqueda del ticket correspondiente, mientras aquel hombre asomando a la ventanilla le dice:


-"Señor, no se enfade tanto...!" - dijo- "Yo, hace algunos años era un hombre exitoso... Lo tenía todo para ser feliz... pero me enfadaba mucho... ¡Siempre disgustado, siempre con ira...! Trabajaba en una fábrica y tenía una hermosa familia, pero una de aquellas tantas veces en que la furia me encegueció, golpeando todo y gritando por algo que hoy ni siquiera recuerdo qué... golpeé con violencia sobre la máquina con la que estaba trabajando, sin advertir que en  aquel preciso  momento se acercaba   una  sierra  para cortarme el brazo...".

                       Mientras concluía su relato, aquel hombre se quitó un trapo negro que le cubría la mano, y dejó ver que, en lugar de aquella, le habían puesto una especie de gancho sujeto al muñón.

          Ni mi padre ni yo, pudimos decir palabra... Seguramente aquel relato dejó alguna huella en mi padre durante un tiempo... Quizás con los años la olvidó..., más yo, después de treinta inviernos.... aún la recuerdo.


                                                                                                                   Valeria Elder